HISTORIA DE MIS ANCESTRAS MUJERES y la palabra "ayudar"

HISTORIA DE MIS ANCESTRAS MUJERES y la palabra «ayudar»

Desde pequeña escuché la palabra “ayudar” de mis ancestras mujeres

De mis ancestras mujeres, mi abuela materna siempre caminando por los senderitos de sus plantas, de sus flores y verduras, me decía “me ayudas” …. pidiéndome que le alcanzara una palita o unos palitos tutores. No entendía mucho lo que hacía porque era de pocas palabras, más siempre se reía y escuchaba música del norte.

Luego en mi casa mi padre me decía “ayuda” a tu mamá, llévale los zapallitos.

Mamá me decía, ayuda a tu padre, sostén ese fierrito así lo corta con la sierra.

En fin, era una palabra muy usada en mi familia, era natural.

Mi otra abuela, la mamá de mi papá, venía todos los jueves y traía facturas para tomar la leche y hacía mate a mis padres que estaban trabajando. Luego se sentaba y cosía todo lo que había para zurcir, cambiar elásticos, coser ropa gastada, en fin … mamá decía siempre de su suegra, que bueno que la abuela viene siempre a “ayudarnos”.

Así pasaron los años y mamá cuidó a su suegra como si fuera su madre, la “ayudaba” a caminar, la bañaba, le llevaba el desayuno a la cama porque hacía frio, la trataba con mucho amor. 

Luego algunas veces mamá nos dejaba un ratito solos porque “ayudaba” a una abuelita de enfrente de casa. Estaba muy enferma, mamá la curaba y le lavaba las sábanas todos los días.

Así crecí tomando como natural esa palabra y esas acciones, muchas y de todo tipo. Mi padre era electricista, y tantas veces lo llamaban de noche o madrugada porque algún vecino se quedaba sin luz, él siempre iba. Decía pobre gente, tienen chicos chiquitos, o tienen que ir a trabajar temprano. En fin, siempre había como una justificación natural y servicial para “ayudar”.

A mis trece años, comencé a visitar hogares de niños huérfanos, había dos, uno de nenas y otro de varones. ¡Tenía tanta pena! No podía creer que había chicos sin padres, que no tenían hogar con papá y mamá como yo. Sentía una enorme necesidad de visitarlos, mis amiguitas no me querían acompañar, iba sola. Pedía permiso, y preguntaba cómo podía ayudar. Así festejé cumpleaños con ellos, jugué en la playa, en el patio de los hogares, por mucho tiempo.

Luego siguieron los trabajos comunitarios con los hermanos Maristas y los Salesianos, visitábamos villas, barrios carenciados, hogares, hospitales, etc.

Siempre hice servicios de todo tipo, me sale solo, lo mamé, lo vi lo supe de chiquita y lo comprendí de grande. Es hermoso, sanador y simple.

Mi abuela la de las plantas, tenía prestada muchas casas porque las personas de su pueblo no podían pagar el alquiler. Ella tenía campo y le había ido bien en la vida. También lo supieron sus hijos cuando ella murió, porque le vinieron a devolver las casas.

Mi mamá ayudó a todos los mendigos que andaban por la vida haciendo changas de sacar yuyos o limpiar un patio por un plato de comida. Ella les consiguió documentos, pensiones, lugares para vivir y bañarse.

Así seguí toda mi vida, no entiendo y creo que nunca entenderé la desigualdad de oportunidades, el desamor, el abandono, el maltrato, el dolor que no le importa a nadie, la pobreza, la miseria del alma, la mezquindad.

Hoy con tres hijos grandes, varios nietos y bisnietos, tengo las fuerzas suficientes para seguir trabajando y “ayudando” con la Fundación.

Hay muchas personas que necesitan la ayuda de una terapéutica tan sanadora, rápida y eficaz como memoria celular, que no contamina y ayuda con amor a restablecer un orden interno. También muchos otros desean estudiar y no pueden pagar. Para eso están las becas.

Así seguiré hasta que el tiempo se acabe, siempre hay un necesitado esperando un trozo de AMOR.

¿Hablamos?

Prof. Graciela Fanjul

Molinari - Córdoba

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